jueves, 30 de junio de 2011

UNO MENOS (version final)


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La aguja larga está posicionada en las 12 y la corta apenas toca las 6. El sol invernal comienza su huida escabulléndose detrás de los monstruos de cemento que habitan el microcentro porteño.

Un Hombre mira su reloj y da por finalizado su día laboral. Sale de la oficina, toma el ascensor donde se encuentra con otros mortales en su misma situación.

Gambeteando miserias va hasta la estación Catedral de la línea del subte D, baja las escaleras de la garganta con un paso repiqueteante. Al llegar al subsuelo  le sortijean uno de esos diarios que allí regalan, lo toma y se lo mete debajo del brazo. Pasa la tarjeta magnética por el molinete, este cede y el hombre esta en el andén. Espera allí el subte. Es uno en un millón y seguramente no consiga asiento. Todos a su alrededor están desesperados por tener uno, por poder acomodar su ser  aunque sea veinte minutos. Ser, por veinte minutos, parte de esa pequeña minoría aventajada que se sienta y se siente mejor que el resto, porque tiene algo que los otros no.

Las luces del subte se ven a lo lejos del tunel. Mientras va llegando, la gente se comienza a acomodar antes que este pare, calculando donde le va a quedar mejor la puerta. Los codazos son explicitos, los cabeceos evidentes, la ansiedad brota por los poros. Todos quieren estar ahí antes que todos.

Mientras tanto el hombre piensa:

¿Tanto quilombo por un asiento ?, todo seria mas facil si cada uno tuviese el suyo.

Si cada uno tuviese el suyo, lo suyo.

El hombre no se desespera y entra empujado por la multitud, queda parado el medio del vagon, enrosca el pasamanos en su muñeca y con su otra mano despliega el diario y se lo pone a leer. En la tapa el diario dice :

¨Muere pibe de diecisiete años en enfrentamiento entre bandas de la villa 31¨

En la foto se puede ver a un cuerpo desarmado por las tajantes puntas de plomo que lo acribillaron.

Esto al hombre le cae como un rayo, le llega a la neura y lo hace pensar, pensar en las desigualdades que se viven dia a dia , pensar de que manera puede hacer para que eso cambie. Lo hace sentir
 Pero eso no sirve de nada, piensa.

¿Que puedo hacer yo para cambiar? ¿para cambiar que? ¡¡si aca estamos rodeados de hijos de puta!! si no están arriba, están abajo o al costado, en todos lados hay hijos de puta, hasta yo puedo ser un hijo de puta

Al final pareciera que hay que andar como un mal parido, mirando cruzado a cuanto infeliz se te presenta, desconfiando de todo, hasta de nuestra sombra. Nervioso como esas palomas de la ciudad, todo el tiempo con el dedo en el botón que enciende la sirena, con el encendedor chispeando cerca de la mecha , con el cuchillo entre los dientes y afilado. Y todo ¿para que? 


Perdido en su nebulosa de pensamientos el hombre se logra abstraer de todo lo que lo rodea.

El gusano metálico llega a la estación Carranza, su destino, suena la sirena, el hombre vuelve en si. Baja del subte y camina unos pasos en la salidera del ganado que lo tiene a el como uno más.

¡Otra vez el automatismo y su puta manera de ser!

Al llegar a la escalera mecánica ve un niño de esos que piden diarios y que luego los venden a voluntad , que comen los restos del gusano, o mejor dicho los restos de los restos de los gusanos.
El niño se encuentra ahí. Laburando de lo suyo, pidiendo diarios. Tiene la cara redonda, y el pelo bien negro. Se le ve que tiene la sonrisa escondida, demasiado escondida, pero también tiene un brillo especial. El hombre nota que a
l menor contacto este se refugiará en su propio ser, escondiendo su belleza para si.

Cruzan miradas con el hombre y el niño le pide el diario. El hombre lo ignora totalmente, porque se acostumbró a eso, a ignorar lo que no le agrada y sube mecánicamente por la escalera. Al llegar al final le ve los dientes al cocodrilo de la escalera. Los dientes... la boca, la comida…

Se le ocurre que con el diario el pibe podría al menos poner el pan en su casa.y ¿por qué no hacerlo?

Si cada uno pusiese su granito de arena tendríamos médanos de amabilidad,. Cambiar un poquito esta realidad, esta puta realidad por un poquito de amor.


Entonces el hombre comienza a plegar el diario. Lo dobla a la mitad, luego lleva sus puntas al medio, el borde de abajo lo pliega hacia arriba, las puntas hacia adentro, mete las manos en el hueco que queda en el medio del espacio que deja el diario, separando sus lados y uniendo los otros dos, lleva las puntas hacia arriba, vuelve a meter las manos adentro , estira de las puntas y ya está, ya lo tiene… Un Barquito de papel de diario.

Le hace una seña al pibe indicándole que vaya por la otra escalera, la que baja. Le manda el barco por el pasamanos de goma . El barco navega hasta las manos del niño que lo espera, y mientras más se acerca el barquito más se le estiran los dedos, y con los codos contentos y la sonrisa en su rostro, lo recibe. No es una sonrisa del todo pero va en camino. El niño lo agarra, lo plancha , lo mete entre sus diarios y sigue pidiendo. ¡Cómo le cuesta sonreir a estos niños! pero lo logra.

Al finalizar el día el niño ha conseguido un total de ciento veinte diarios o un poco más, algo asi como 11 pesos si tiene suerte. Con eso ni siquiera le alcanza para comer, divertirse y crecer dignamente. Y eso que son derechos de niño.

Al llegar a su casa entrega los diarios recolectados a su padre.
Entre todos los que juntó hay uno diferente. Es el que está doblado, el del barquito . El padre ve que el niño lo guarda, se lo pide por las buenas pero el niño no acepta, una, dos y tres veces se lo pide. Pero al ver que es un barquito y que por algo  lo quiere, no insiste y hasta se conmueve. Quizás por no poder darle uno real o un autito  y que cambie esos muñequitos que tiene , que parecen masacrados a los tiros.

El tiempo corrió , los días, los meses, los años. Y el niño siguió juntando diarios en la misma estación unos años mas. Pero al hombre nunca jamás se lo volvió a cruzar. Juraba que si algún día lo veía le agradecería dicho gesto y a cambio le sonreiría , le daría una de esas difíciles sonrisas de arrancar de su cara y le pediría que le enseñe a hacer barquitos de papel.

Vaya a saber si nunca se cruzaron por descoordinación de tiempos o porque el hombre dejo de vivir ahí. El niño  lo busco muchas veces, hasta en otras líneas, otras estaciones y nada... nunca más supo de él

El niño, que ya no es mas niño, con diecisiete años consiguió trabajar en el kiosco de la estación Carranza, en el anden. Lo atiende de lunes a sábado y atiende 12 horas o un poco más . Pudo salir adelante pero nunca se mudo de la villa, todavía no le alcanzo el dinero para exiliarse.
Aún conserva el barquito, lo pone en un lugar visible del kiosco  y siempre que se acuerda lo lleva consigo. Cree que así algún dia el hombre aparecerá.

Hoy al salir del trabajo,  fue para su casa en la villa 31. Se tomó el tren en la estación y fue para Retiro. Una vez allí, pasó las vías de los trenes  y se metió por la calle Mujica. Tenia que patear unas 8 cuadras hasta su hogar.

Pero  a las pocas cuadras vio que algo raro sucedía. No alcanzó a elaborar pensamiento que se encontró en un fuego cruzado entre dos bandas que se disputan el poder en la villa.

Le faltaban solo dos cuadras para llegar cuando una de las balas le impacto en la espalda y le atravesó el corazón y el pulmón izquierdo, luego recibió dos mas por adelante a la altura del estomago, por ultimo algunas dieron en el cuaderno que llevaba las cuentas del kiosco, el cuaderno voló por los aires y se desparramaron todas las hojas

En el medio estaba plegado el barquito...que también recibió algunos impactos y se fue a pique y con el la vida de nuestro niño.

Entre el desparramo de papeles yacía su cuerpo,  murió instantáneamente desangrado. 
Pero entre todas las hojas que lo rodeaban había una que estaba desplegada que decía:

¨Muere pibe de diecisiete años en un enfrentamiento entre bandas de la villa 31¨




2 comentarios:

Anónimo dijo...

quedo hermoso señor!

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, creo que un poco más que el anterior...
TKM MARI B.