Cuando era pequeño esperaba con ansias el verano. No tenía mucha idea de las estaciones ni de porque sucedia que había momentos de frio, de lluvia, de flores... Solo sabía que había un momento en el año que duraba lo suficiente como para uno pueda irse a dormir pensando en que mañana cuando se levante su única mision sería ir a jugar. A la edad de 7 años creo que no hay ni debiera haber muchas más preocupaciones que esa. Con este anhelo tambien había otro que era el de irme de vacaciones con mis abuelos maternos Chano y Beba que me llevaban a Pinamar junto a la familia de mis primos ( Sebastián, Ezequiel y Florencia) a los que con cariño nos llamábamos " Cholo". Un apodo familiar que quedó y al día de hoy nos seguimos refiriendo así entre nosotros. Tambien venían mis tíos Gilda y Ale, pero a ellos no los llamaba Cholo aunque ellos a mi sí
Nunca supe bien el motivo por el cual me enviaban con mi familia materna. No se si porque mis abuelos me pedían o porque mis viejos me querían descartar o cual era el real sentido, pero pegaba vacaciones "all inclusive", Video Juegos, collar de mostacillas, alguna tobillera, un algodón de azúcar, revistas, churros, playa y mas playa con los abuelos quienes de algún modo me malcriaban como hace todo abuelo con su nieto en la medida de sus posibilidades pero sin perder el ojo jamás. A esto hay que agregarle que mi abuelo era un militar retirado que si bien era un tipo muy simpático, alegre y jodón ... nunca se olvidaba del cuartel y ciertas normas que había que cumplir. Una de ellas era dormir la siesta. Eso se hacía a raja tabla. Si mis abuelos se tiraban a dormir la siesta yo debía hacer lo mismo. A esa edad dormir la siesta es algo que un niño no sabe hacer, no puede, tiene una energía vital que no se apaga hasta las 9 o 10 de la noche. Las ganas de vivir que tiene un niño en ese momento no se pueden comparar con nada del mundo porque el niño quiere crear mundos y seguir viviendo en ellos, sobre todo los mundos de verano donde a veces son hasta mejores que nuestros mundos cotidianos. Amigos y amores pasajeros, travesuras, misiones de exploración, desafíos donde se ponga en juego el coraje y la valentía. Ser niño en vacaciones debiera ser declarado un derecho fundamental para la infancia por la ONU , la UNESCO y UNICEF.
La vida en esas vacaciones de verano se dividía principalmente en dos momentos super importantes. El Primero era ir a la playa a la mañana y el segundo era ir a la playa a la tarde. Al mediodía volvíamos para comer algo fresquito y aparecía la antes mencionada siesta obligada donde a falta de sueño yo me dedicaba a leer y leer historietas de Condorito o revistas de El Gráfico que ya venían leídas por mis primos y que después caían en mis manos. Lo paradójico de estas lecturas es que las hacía a oscuras para no despertar a mis abuelos. En realidad me iba a una de las hendijas de luz que entraba a través de uno de los postigos del balcon y que me alcanzaba para leer por partes. Ese Balcón se encuentra al final de una calle de arena a unas seis o siete cuadras de la playa. Al final literalmente hablando, cortaba a una calle y ahi se terminaba todo. Al asomarse a ese balcón había dos jardines, uno del lado derecho y otro del lado izquierdo. En la Planta baja había 3 postigos por lado que eran departamentos tambien donde se alojaban huéspedes que, como nosotros, iban a pasar sus vacaciones de verano. De todos estos, el que quiero traer al recuerdo es al Viejo Palumbo. Un viejo semi podrido que de tanto en tanto rompía las bolas con que no juguemos por ahí, no hablemos, no pasemos, no respiremos , no miremos y sobre todo y a pedido de un cartel que el mismo había elaborado donde pedía " Prohibido pisar el césped".
Se ve que el regimen no tardó en verse invadido porque apenas instaurado el mencionado cartel fue desaparecido una noche y entonces ahi tronó el escarmiento. El General Palumbo había dado la orden de pedir bajo orden de arresto domiciliario la aparición del cartelito que prohibía pisar el césped. Mi abuelo oyó la orden inmediatamente y se la transmitió a mi tía que en concordancia con los altos mandos ordenaron toque de queda para nosotros, mis primos y yo. Lo mismo fue sucediendo en las casas del vecindario y esa noche ni los grillos salieron a jugar después de la cena.
El ambiente se tornaba raro, extraño. Cada uno sabía que no había sido pero entonces ¿Quién había sido realmente? Habría sido Riky, el pibe ese de pelo largo y collar con colmillo de tiburón que en su rebeldía temprana se paseaba descalzo por las calles, veredas, fichines, escuchando a los Guns n Roses y que tambien fumaba a escondidas... O habría sido Robertito, el hijo de los encargados del edificio, un niño de 5 años pero medio revoltoso e ingenuo. Podría haber sido alguno de mis primos que a modo de travesura lo hizo desaparecer al volver del boliche en la madrugada...
Todos y cada uno eramos el sospechoso de un otro y eso era lo que más enturbecía la escena. Hablábamos por lo bajo y lejos de los oídos de los adultos-
-¿Che vos sabes quién fue?
-No ¿y vos?
-No, no tengo idea pero que haga aparecer el cartelito porque nos estamos comiendo todos una que no tenemos nada que ver. Si llegás a saber decile que cante porque no salimos más
- Vos tambien.
Y seguíamos pensando y pensando en nuestro encierro quien podría haber hecho desaparecer el cartel.
Fueron dos días quizas donde teniamos una pena condicional. Digamos, para que se entienda, ibamos a la playa, barrenabamos unas olas, jugabamos con la arena y volviamos para comer al bajar el sol. Estaba prohibido, prohibidisimo, jugar a la pelota abajo, ir a los video juegos, salirse del radar y mucho pero mucho menos pisar el cesped de Don Palumbo.
Las horas pasaban y nuestra inquietud aumentaba. Si no fuiste vos... y no fui yo, tampoco fueron Riky ni Robertito... ¿ Habrá sido Pepe, su yerno?
Nada cuadraba, sobre todo porque cuando uno es niño cree tener el don de la perspicacia y la mirada afinada como para detectar al culpable. Ante esa incertidumbre todos eramos culpables.
La condena era absoluta y cada vez aumentaba más el campo de la misma. Si hasta ahí no sabíamos que la Coca Cola para la cena estaba prohibida hacia falta preguntar por ella e inmediatamente se prohibía. Lo mismo sucedía con mirar la tele o jugar un juego de mesa. Estábamos cerca, muy cerca de que nuestro abuelo Chano en un operativo retorno a sus raíces militares nos ponga a correr y a hacer lagartijas. De a ratos venía y nos sentaba en la mesa del comedor que daba al balcón y nos cuestionaba uno por uno a mi y a mis primos a ver si alguno sabía algo y nada salía de nuestras bocas. Él se enojaba, daba una vuelta por el living, salía al balcón a fumar un cigarrillo, miraba el jardín del Viejo Palumbo y decía " ya voy a descubrir quien fue" y las va a pagar.
Lo unico que lo tranquilizaba a uno era saber que uno no había sido.
Ese día a la noche la cena fue silenciosa, no volaba una mosca. Recuerdo que tomamos una sopa hecha por mi tía. Nadie se animaba a levantar la mirada del plato. El abuelo controlaba todo movimiento posible de complicidad. Sentado desde un sillón leía el diario La Nación y por el rabillo de los anteojos miraba solapadamente. Su mirada se sentía como esas luces que hay en las afueras de la prisión y que tienen un tiempo determinado, una sincronicidad. Creo que el abuelo leía dos páginas y nos miraba.
Ese día nos fuimos a dormir en silencio y esperando que al otro día se devele el misterio del Cartelito de "Prohibido pisar el Césped".
Esa noche me costó dormir. Miraba el techo y a falta de ventilador yo giraba con la luz que entraba por la ventana de un faro de la calle. Quería sentirme el cartel, ser el cartel o el cerebro, la mano... alguien que supiera dónde corno estaba el maldito letrero.
Al otro día y ya desde temprano nos pudimos levantar. Creo que todos pensamos lo mismo, creo que todos le dimos vuelta al asunto uno y otra vez.
Esa mañana desayunamos y salimos en caravana hacia el balneario del Viejo Lobo (así se llamaba). A mitad de camino había una especie de laguna, más bien un barral que se armaba donde salía un olor petulante, volaban algunas moscas y se divisaba alguna que otra bolsa de basura mal habida.
De repente y al pasar por ese lugar mi abuelo Chano señaló casi como por instinto y dijo... ¿Uy que es eso?
Todos giramos nuestra cabeza hacia donde apuntaba el dedo índice de mi abuelo.
-"Es el cartel del Viejo Palumbo"... Todos al unísono
Estábamos por ir a rescatarlo al medio del barral cuando notamos que mi abuelo se empezó a reír a carcajadas y no podíamos comprender. Algo no cuadraba en todo lo que estábamos viviendo.
- Que se vaya a cagar ese viejo pelotudo y agreta. No va a dejar jugar a los pibes en el césped.
Con mis primos nos miramos y nos empezamos a reír. Sabíamos que algo de lo establecido se había roto. Supimos o mejor dicho supe que el mundo adulto tiene sus reglas, pero que no todas las reglas están hechas para obedecerlas. Supe que, cada tanto, aparece un atisbo de sonrisa, un poder torcerle la mano a las obligaciones, dar un zarpazo a lo prohibido para que realmente florezca lo vivido.
Ese día entendí que por más que nos prohíban pisar el césped... igual tendremos verano
1 comentario:
Hermosa historia Ger. Me hiciste volver a mí niñez y aventuras con amigos. Gracias por la magia y compartirla.
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